sábado, marzo 10, 2007

Viaje al Cabo

Se acerca a la ventanilla y los tres estamos de acuerdo, sin necesidad de decirlo, en que parece un ángel.
Pregunta si podemos llevarle y no tenemos dudas, se sienta detrás con el santo.
Emprendemos el camino, ¿cómo te llamas? Vemos que es bastante mayor; su rostro está surcado de arrugas y tiene profundas ojeras un poco enrojecidas. Tiene el cabello abundante y revuelto, de color rubio oscuro, algo canoso y dominando la cara unos ojos de grandes pupilas azules, un poco entornados por la sonrisa, que nos cautivan inmediatamente. No tiene cejas ni barba; sus manos son pequeñas y gesticula con delicadeza…, o tal vez le falta fuerza. Da una sensación de fragilidad peligrosa, como si fuera muy vulnerable, y habla con un acento extraño, parecido al francés.

El ángel pregunta cosas sobre el viaje. Cortésmente y apenas con dos palabras se dirige a la mujer; de forma casi imperceptible establece un lazo con ella, con un hilo sutil parecido al de la araña; aunque su conversación se desarrolla con el santo, que le ofrece motivos para hablar de sí mismo: “¡Cuando yo llegué a éste país, era normal hacer auto-stop!”. Es cierto, hoy esto es una rareza, a juego con lo extraño de su persona. Y los tres amigos se vieron a sí mismos, cada uno a su manera, también muy peculiares, a juego con el ángel.

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